Con los primeros rudimentos de Historia nos enseñaron que nuestro
continente debe su nombre al explorador italiano Américo Vespucio
(Amerigo Vespucci), descubridor en los últimos años del siglo XV de
grandes segmentos de la costa del Brasil actual. Que usurpara con su
nombre la gloria de Colón pareció a muchos una injusticia histórica:
Colombia debía llamarse el territorio que corre desde Alaska hasta la
Patagonia para honra y memoria del navegante que llegó primero, y no de
un oscuro personaje de segundo orden.
Sin embargo, la causa
directa de esta reputación no obedece a la gestión personal de Vespucio
sino, en primer lugar, a una carta que se le atribuye y que empezaría a
circular en 1503 con el nombre de Mundus novus para no tardar en
adquirir la notoriedad de un moderno bestseller; y luego, sustentando
esta carta, un mapamundi impreso en un rincón de Alemania donde aparece
claramente escrito el nombre "America" sobre el vasto territorio que los
portugueses habían empezado a explorar en el Atlántico Sur.
La
carta de Vespucio, que para 1506 había alcanzado la cifra de 23
ediciones diferentes, y que hoy se tiene por un fraude, consiguió en su
momento eclipsar la gloria de Colón (que acaso era su único propósito).
Cuesta
trabajo pensar que Vespucio fuera del todo ajeno a esta suerte de
"campaña mediática" que lo hizo célebre, pero todo parece indicar que el
texto no salió de su pluma, sino de un anónimo escritor de Florencia
que amplió, adornó y magnificó dos cartas auténticas que el navegante le
había enviado a su patrón, Lorenzo di Pierfrancesco de’Medici, en esa
ciudad.
Américo Vespucio ciertamente había participado en
expediciones exploratorias. En 1599 bajo la bandera de España acompañó a
Alonso de Ojeda en el viaje que éste emprendió para proseguir los
descubrimientos de Colón en el golfo de Paria. En ese viaje la
expedición de cuatro barcos se dividió en dos a la altura de la Guayana y
Vespucio quedó al frente de los dos barcos que navegarían con rumbo
sur, posiblemente hasta la desembocadura del Amazonas. Dos años más
tarde, el florentino volvería a participar en una exploración semejante,
esta vez bajo la bandera de Portugal.
Sin embargo es falso su
presunto viaje de 1597, que le atribuye la famosa carta (para hacerlo
preceder a Colón en el sur del Caribe), así como muchas de las
minuciosas descripciones que hace de habitantes y tierras; como también
que él considerara haber llegado a un mundo enteramente nuevo. Al igual
que el Descubridor, Vespucio creía en esos primeros años del siglo XVI
que las inmensas tierras que parecían prolongarse indefinidamente hacia
la Antártida eran parte de Asia.
Por esa época, un puñado de
humanistas había fundado en la pequeña ciudad de San Dié, en el macizo
de Los Vosgos y bajo el patrocinio del duque René II de Lorena (entonces
un principado alemán) una especie de cenáculo con el nombre de
Gymnasium Vosagense. Se destacaba en este grupo Matthias Ringmann, joven
escritor versado en los clásicos, y el cartógrafo Martin Waldseemüller.
Entusiasmados por la carta de Vespucio (que tradujeron al
latín) y por la copia de un mapa portugués que el duque René había
conseguido y que traía las nuevas tierras descubiertas en el hemisferio
sur, el equipo se dio a la tarea de hacer un mapamundi (que al
desplegarse tenía 8 pies de largo por 4,5 de alto) y un breve ensayo
para presentarlo. La obra con el nombre de Cosmographie Introductio
saldría a la luz el 24 de abril de 1507. El autor del ensayo, casi
seguramente Ringmann, escribió en el texto: "…Y puesto que Europa y Asia
recibieron nombres de mujeres, no veo el por qué alguien deba impedir
que esta [nueva parte] sea llamada Amerigen —la tierra de Amerigo— o
América, por su descubridor…". Y esta sería el acta bautismal de todo un
continente.
El
erudito Toby Lester, autor de un libro sobre el tema (The Fourth Part
of the World) especula con la posibilidad de que Ringmann, además de la
razón expresa de honrar a Américo Vespucio, tuviera en cuenta otros
criterios etimológicos a la hora de ponerle nombre al Nuevo Mundo; acaso
porque Amerigen también puede ser la combinación de dos palabras
griegas: Ameros (nuevo) y gen (nacido) y esto daría lugar a "recién
nacido", nombre apropiado para un mundo nuevo; o de A-meri-gen, que
podría leerse como "tierra no situada o localizada", no menos propio
para referirse a un territorio de tan imprecisa geografía.
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